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AQUEL CORRALEJO

           Las versiones son diferentes en cuanto a la fecha del primer asentamiento de pescadores en el pueblo. Se sabe que inicialmente fue llamado Corralejo Viejo. Más tarde, evidentemente, se observó que el asentamiento tendría que ser más práctico si estuviese cercano a una rada apropiada para las maniobras de entradas y salidas de las embarcaciones.  Sin duda, incluso mejor si su enclave fuera en una playa adecuada para las varadas. Por tradición oral hay quien sostiene que la fundación de Corralejo se realiza en torno a 1810; por otro lado hay quien diga que hasta 1850 no hubo constancia de pobladores; lo cierto es que, quienes quiera que fueran sus primeros habitantes de lo que hoy se conoce como Corralejo,  hicieron sus nuevas viviendas con las piedras y el material de construcción de primarias y anteriores moradas. El propio topónimo nos invita a pensar en que el lugar pudo ser un enclave de ganado de costa.

            Existe también otra versión que sitúa el asentamiento por las mismas fechas. Se dice que los antiguos señores Manrique de Lara[1] traían a sus medianeros de Lanzarote para que trabajaran y cuidaran sus fincas por el sistema de medianía. Algunos medianeros residían en Corralejo. Todavía existe la casa del último medianero conocido en la localidad. Hoy en día, dicha vivienda pertenece a la corporación municipal[2].

            Los familiares de estos medianeros, atraídos por las buenas condiciones de la zona de pesca, terminaron por fijar su residencia en aquel enclave, construyéndose su propia casa. Se sabe por referencia directa de personas mayores que, hasta bien entrando el siglo XX, el medio de vida de los dedicados al mar de temporada consistía en desplazarse con sus barcos y familias a Papagayo o a la Isla de Lobos para luego regresar a Corralejo al finalizar la zafra.

            En documentos expedidos por el juzgado en este municipio consta como matrimonio residente en Corralejo D. Marcial Morera y Dª. María Rodríguez, naturales de Lanzarote. Así mismo, el hijo de este matrimonio, D. Rafael Morera Rodríguez, nacido en 1884, casó con Dª. Luisa González de Armas, natural de Tías, Lanzarote, en 1908, en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria de La Oliva.

  1. Marcial y Dª. María tuvieron cinco hijos. Según el testimonio de uno de sus nietos, un antepasado suyo proveniente de Lanzarote, tenía el apellido Carballo[3] por haber nacido en Galicia. Éste casó con Dª. Matilde y tuvieron mucha descendencia. Desde múltiples orígenes, a medida que transcurría el tiempo, las diferentes familias fueron aumentando la población.

            Como de los productos del mar solamente no se podía obtener más que una pobre economía de subsistencia, entre otras cosas porque no existía comercio donde vender, hubo que recurrir a los pueblos limítrofes para llevar a cabo el trueque del pescado por los productos de la tierra.

            Algunos pescadores toman iniciativas y, con sus ahorros, a medida que pasa el tiempo, van comprando terrenos donde hacer sus aljibes para el consumo familiar y para abastecer al ganado que también iban adquiriendo. En esos terrenos de nueva adquisición se realizaron sementeros y, en algunos casos, ciertos miembros de la familia se dedicaron al pastoreo, lo que conllevaba el cuidado de que las cabras no se comieran el trigo y cebada plantados. Como era común en toda la isla, una vez aradas las tierras que eran aprovechables, se sembraban algunas gavias y no solamente el pastor cuidaba sus sembrados sino los de otros vecinos porque, en el supuesto de que se produjera algún tipo de destrozo, con posterioridad, el dueño del ganado causante habría de pagar los daños.

            Así, muchos de los antiguos habitantes eran a su vez marinos, pescadores, agricultores, ganaderos y productores de quesos. Caso aparte es que, también, se aprovechaba las mareas y los moradores de Corralejo pasaban a ser, entre otras muchas funciones, mariscadores de productos como lapas, burgados, pulpos, etc. El pulpo se oreaba y vendía seco. Los mariscos, una vez recolectados, eran cocidos y embotellados en vinagre.  El medio de exportación más recurrente era el barco suministrador del faro de Martiño y de Pechiguera pues, por lo general,  había algún tripulante que se encargaba de ese negocio, con lo cual esa actividad de marisqueo también ayudaba a la economía familiar.

            Los terrenos que compraban estos residentes estaban en torno al Morro Francisco y Las Calderas. Otros moradores del antiguo casco seguían para el poniente y llegaron a comprar hasta en  Majanicho. Puesto que los medios de transporte eran inexistentes,  el desplazamiento se hacía a pie desde un pago a otro. Aquellos que disponían de alguna burrita o, como mucho, de un camello -animal muy útil en la Fuerteventura de aquella época-  se prestaban los animales si se ofrecía una enfermedad. Como comunidad colaborativa, amén de recolectar en peonadas o apañar ganado en las gambuesas colectivas, también se cedía ciertos animales para arar y trillar. Con las mismas bestias se cedían piezas como el cango, para arar en yuntas.

            El camello[4] se usaba para trabajos de toda clase de labores, sobre todo para acarrear peso abultado como leña para el fuego de las cocinas y hornos; también hacía de medio de transporte para desplazar a las personas sobre su silla. Se sabe que había excelentes camelleros,  grandes conocedores de cómo tratar a estos animales tan fuertes que, sobre todo en época de celo[5], se convertían en peligrosos o bien se espantaban huyendo. Hubo casos de ataques a personas a las que llegaron a mutilar.

            Parece ser que no había muchos camellos en la zona de Corralejo y, por el contrario, sí que hubo gran cantidad de ganado caprino. Como en el resto de la isla, si los inviernos eran lluviosos y buenos, la mies del año estaba asegurada, los animales hallaban donde comer. Es bien conocido que  la cabra era muy resistente a los años de mucha sequía, los años ruines. La cabras resistía aquella sequedad y calor casi sin comer. En algunos casos, los pastores hubieron de desprenderse de su ganado, venderlo antes de que se muriera. Los marchantes se aprovechaban de la situación porque compraban a bajo precio, luego las embarcaban para Gran Canaria y Tenerife. Sin embargo, según el decir de los pastores: «Cuando el ganado comía y bebía unos pocos días, parecía otro.»

            Ocurría que toda la familia al completo no se podía dedicar a vivir de la pesca local exclusivamente, entonces los jóvenes se dedicaban a tripular barcos de cabotaje en los que se enrolaban para hacer de marinero o marmitón, si se era jovencillo. Otros se embarcaban en los grandes pesqueros que ya había en Lanzarote, lo hacían en los sardinales. Hubo quien se enroló en otros tipos de barcos para faenar en Mauritania, en grandes veleros dedicados a salar la pesca capturada.

            Según Rafael Franquis: «Los mayores, dedicados siempre a pescar en su barquillo,  no salían a embarcarse. Aquí se buscaban la vida y, con la ayuda de sus hijos, que si trabajaban fuera, pues iban tirando. Aparecía de vez en cuando un marchante para llevar animales a Lanzarote y había que ver la habilidad de aquellos viejos marinos para amarrar su camello. Lo inutilizaban totalmente. Lo metían en el barquillo y así lo transportaban. El peligro estaba en que aquellos animales se podían soltar.  Se quedaban con el barco y los tripulantes. ¡Lo que había que arriesgar para ganarse la vida! Las familias criaban su cochino y ellos estaban sueltos en el pueblo, y en los días de calores, los podían ver revolcándose en la orilla de la mar en la playa del pueblo refrescándose.»

            Era el viento el elemento indispensable en la vida del pueblo. Para el pescador, la falta de viento para su embarcación de vela le suponía aumentar el esfuerzo que, en el día a día, realizaba para conseguir ese jornal que llevar a su domicilio ya que las áreas o zonas de pesca en este litoral del norte de Fuerteventura están bastantes alejadas del puerto y, aunque existen algunas cercanas a la zona de Corralejo, no son muy rentables para el pescador. Sin ese viento había que tirar de la embarcación a remo con gran esfuerzo físico. También, en muchas ocasiones, se dejaba de faenar y se aprovechaba para preparar enseres o mantenimiento de los arrastres necesarios para el barco.

            Por otra parte, la falta de viento dejaba a los molinos sin moverse y el alimento base en aquella época era el gofio, con lo cual se creaba el problema de que teniendo el millo o trigo tostado había que esperar días. Se formaba las correspondientes colas hasta que entrara de nuevo el viento y los molineros comenzaran su faena que, por cierto, en otros pueblos, incluso de otras islas, la molienda se cobraba con la correspondiente maquila, seguramente en Corralejo también, pero en los últimos años de vida de los molinos, según nos cuentan, se cobraba dinero.

            Cuando pasaban los días y continuaba la calma, se recurría a los molinos de mano. En el pueblo había varios; como quiera que tirar de la piedra, haciéndola girar, necesitaba bastante personal, se recurría al ardid de invitar a las parejas de novios o pretendientes. Acudían gustosos pues el trabajo de moler lo hacían por parejas, cosa que ellos aprovechaban para hablar y tontear. En aquellos tiempos el asunto de los amoríos, las normas, eran muy estrictas y los pretendientes se pasaban días sin verse así que cuando tocaba ir a hablar con la novia a la puesta de sol, se acababa el horario de trabajo. El refranero decía: “A sol puesto buey suelto”.

 

            El hecho de que Fuerteventura estuviese separada de Lanzarote solo por un brazo de mar llamado La Bocaina hacía que Corralejo, hasta los años 50 del siglo veinte, tuviese más contactos comerciales con la isla hermana de Lanzarote que con la propia Fuerteventura. Los vecinos de este pueblo norteño solo disponía del medio que poseían y manejaban, es decir, los barquillos. Se traían uvas, batatas y demás productos, incluso cuando se aproximaban las fechas de las fiestas del Carmen muchos embarcaban a la familia, principalmente a sus hijas jóvenes, y se trasladaban a Lanzarote. Si el tiempo era un poco fuerte saltaban a tierra por Playa Blanca y, si no, continuaban hasta Arrecife, que era donde estaba el gran comercio, donde comprar telas, ropas, sombreros, zapatos… Además, había costureras que les hacían sus vestidos porque, eso sí, el día de la fiesta había que estrenar traje, sobre todo las chicas. Luego, en los bailes, otro día distinto al día de la Función, si se podía, claro, los chicos jóvenes estrenaban sus ropitas nuevas y sus zapatos y, cómo no, su sombrero, que les daba aspecto de hombrecitos y que aprovechaban para ir a los bailes como tales.

            Las fiestas duraban ocho días. El día de la octava se despedía hasta el año siguiente. Estas se organizaban, según la tradición, nombrando unos proveedores por las distintas zonas o calles del pueblo; cada año se iban rotando, y éstos se encargaban de dirigir todo el festejo; traer los voladores y aquellas pequeñas ruedas de fuego que nos asombraban con sus giros alrededor de aquel palo desprendiendo escaso fuego.

            Los bailes, durante la fiesta, se hacían, como siempre, en casas particulares que tenían habitaciones grandes. En habitaciones grandes y en el salón del antiguo Pósito de Pescadores era donde se hacían los bailes. Se organizaban por turnos o taifas. Los hombres se mantenían fuera del recinto y, en la puerta, se ponía el hombre que gobernaba el baile. Cuando se bailaban las tres piezas correspondientes, aquellos que estaban dentro tenían que salir y entraban otros y, ojito con dártelas de listo porque se conocían todos. Si venía algún forastero no se le quitaba ojo por si se echaba fuera del plato.

            Las mujeres entraban todas según iban llegando, con su correspondiente retraso, pues no estaba bien visto llegar pronto. Los tocadores de timple y guitarra se situaban en un sitio escogido. Si venía un violín ya era el no va mas. Éstos se situaban sobre una pequeña tarima y, luego, en los bancos alrededor del salón, se ponían las chicas en un lado y las madres y personas mayores en el tálamo, que era otra fila de bancos situada justo en frente. Normalmente, todas las chicas bailaban cuando eran invitadas, pero había ciertas normas o costumbres que regulaba que determinadas piezas de baile se tenían que respetar porque eran para los novios. Cuando vives en el pueblo es sabido; el problema aparecía cuando venían de fuera y no conocían aquellos pequeños detalles.

            El famoso tálamo, donde se sentaban las personas mayores, era una especie de policía interna para que guardaran normas y comportamientos. Algunos se dormían, otros mantenían el tipo y, si en algún momento, había algún comentario que no gustaba a cuenta de algún relajo, se levantaba el “gallinero” y se acababa el baile.

            Durante los famosos bailes de San Pascual eran las chicas las que tenían que invitar a bailar a los hombres hasta que se apagaran las velas que se encendían al Santo, en su honor.

 

            Por la noche, ya de madrugada, se hacían las serenatas a las chicas. Los tocadores se empeñaban más que nunca en el afinado de los instrumentos. Los chicos cantaban a sus pretendientes o, simplemente, amigas. Al día siguiente te daban las gracias; otras se quejaban porque no habían pasado a cantar a su ventana. Todo dentro de una vida sana que hoy parece un tanto extraña, incluso para el que vivió esa época tan romántica. También existían las famosas parrandas. Se formaban grupos de hombres. Unos tocaban los instrumentos y cantaban y los demás acompañaban con sus cánticos toda la noche, tomando copas hasta que se amanecía al día siguiente. Habían en el pueblo buenos cantadores, los Carballo, los Calero,… pero había uno que venía a la fiesta por los años cincuenta, D. Manuel Navarro[6], un fenómeno porque cuantos más días y noches se pasaba cantando, más clara tenía aquella portentosa voz.

            Por esos años mencionados, se recuerda también otras clases de parrandas. Éstas eran casi siempre sin instrumentos; la componían hombres ya mayores que normalmente no bebían, pero en las fiestas, como solía decirse, se echaban la camisa por fuera. Toda la juerga consistía en su sentido del humor, sus anécdotas y exageraciones. Aquellos hombres borrachones como don Eustaquio González o don Félix Estévez y otros por el estilo, en aquellas cantinillas pequeñas que casi ni cabían, con dos o tres hombres. Si en su juerga abrían los brazos tan enormes pues ya era el colmo: tenía que salir de allí hasta el cantinero.

            Hubo en esos años sus más y sus menos con la Iglesia pues el Sr. obispo[7] pretendía que si se hacían bailes no hubiera fiesta religiosa. Aquello duró unos años, cosa imperdonable, pues unos hombres que permanecían fuera por la temporada de pesca casi un año entero, volvía al pueblo, a sus fiestas, a divertirse unos días y, que no se le permitiera aquellos baile, era sencillamente intolerable. La policía y la guardia civil del régimen lo cumplía a rajatabla.

            Los hombres, en aquellos años, se desplazaban a Villa Cisneros para dedicarse a la pesca de la corvina que habían descubierto. Iban con los barquillos llevados de aquí, del pueblo, de nueva construcción y de mayor capacidad. Algunos barcos los transportaban en los Correos o barcos grandes de cabotaje y, luego, desde Villa,  iban con sus barcos al asentamiento que habían fundado y que llamaban Puerto Rico, frente a Villa. Ése era su puerto base. La pesca diaria la elaboraban con salazones después de quitada la espina. Mensualmente, en el Correo de Transmediterránea, les llegaban los víveres y enseres de pesca que se les enviaba y, a su vez, en el mismo Correo, ellos mandaban para Las Palmas las capturas de ese mes. Desde Corralejo se desplazaban a Las Palmas a realizar esa parte comercial con las factorías de pescado. De allí, a su vez, se exportaban a otros países.

            La economía mejoró mucho en el pueblo pues, ya en los años cincuenta, había gran cantidad de pescadores que se repartían en especie de compañías llamadas por aquí “compañas”, normalmente compuesta por familias y otras personas contratadas.  Se trabajaba por el sistema de a la parte.  Las campañas de pesca duraban desde después de la fiesta, Agosto-Septiembre, hasta el año siguiente en vísperas de la fiesta, en torno a los primeros días de Julio, que era cuando el regreso se hacía directamente en barcos, a Corralejo. Se juntaba el pueblo entero en la playa y sus alrededores con alegría de chicos y grandes, y la costumbre de la gente de la mar era pedir la llave de la Ermita e, inmediatamente, ir a ver la Virgen del Carmen para dar las gracias por haber regresado con salud y, si alguno de los pescadores, durante la campaña, bien por malos tiempos o accidentes en la mar había ofrecido alguna promesa a la Virgen por salvarlo de aquella situación, pues se acercaban a la Iglesia con la misma ropa de faena que llevaba puesta en aquel momento, aunque estuviera rota, y remangados los pantalones. Muchas veces se vieron éstas escenas en Corralejo. Aquella Ermita fue construida por el pueblo en los años veinte del siglo pasado. La juventud incluso participó acarreando piedras y materiales para que los maestros albañiles la fueran haciendo. Mi madre nació aquí en 1912 y contaba que, joven ella, participó mucho en esos trabajos. Bien, pues esa Ermita fue derribada de noche, con un tractor, con la complicidad del alcalde[8], las monjas y el grupito de santurronas, ignorantes unos y otras pues el alcalde, con un poco de cultura, se veía incapaz de un atropello semejante a un pueblo. Fue en los años 70-80 del siglo pasado y eso que había terreno suficientes para no tener que tirar la antigua iglesia y para hacer una nueva en el mismo solar y con solo un poco mas de capacidad que la anterior.

            ¿Qué queda como recuerdo del antiguo poblado? Prácticamente nada pues, hasta los molinos, llevan caídos tantos años sin que las autoridades se preocupen de mantenerlos en pie. El molino más antiguo es el de don Domingo Estévez, luego se montó la molina de don Manuel Hierro y otra, que se trajo de Lanzarote, de don Juan Morera, en los años 40 del pasado siglo[9].

            La labor de la mujer en Corralejo ha sido muy importante porque, aparte de hacer de madre y ama de casa en aquellos años tan difíciles de la posguerra, todavía compartía con su marido el trabajo más duro para aquellos que se dedicaban a la pesca de la vieja que era coger la carnada virando piedras. Cuando llegaban sus hombres de la mar, allí estaban con sus hijos en la playa con los parales preparados para, entre todos, varar el barco, recoger el pescado y, mientras los hombres los jareaban y lo lavaban, ellas le ponían sal para luego ir a los tendidos para el secado. El trabajo de los chicos eran limpiar el barco para el día siguientes volver a la pesca. Para la maniobra de limpieza se subía y se sentaba al chiquillo sobre el barco, con los pies por fuera, se cogía agua de la orilla con un cacharro o con el mismo vidrio o mirafondo para quitarle la arena de los pies, para que no se estropeara la pintura del interior porque con la arena hacía el efecto de papel de lija. Toda ésta maniobra era como un ritual, paso a paso; había que cuidar el barco.

            Desde los años 30 también nuestras mujeres ayudaban a la economía del hogar, allá por el sur de Gran Canaria y, en los 50, en Gran Tarajal. Realizaban trabajos en los almacenes de empaquetados de tomates. Hacían todas las labores de apartar, clasificar, empaquetar y hacer los ceretos, como clavadoras. Trabajaban las zafras que duraban desde diciembre hasta mayo, aproximadamente. Años más tarde, contratadas por los exportadores, aquellas familias se desplazaban hasta San Nicolas de Tolentino desde aquí, Corralejo, con los viajes de ida y vuelta pagados por las empresas.

            Ese monumento del muelle chico, dedicado a la mujer del pescador[10], de verdad, da pena que no aprovecharan tantos modelos que aún quedan y tantas fotografías de aquellos años de nuestras mujeres con sus pañuelos en la cabeza y sus sombreros de paja y, hasta los famosos maniquetes, para no estropearse cuando cogían la carnada, tapándose de ese sol, en esta Fuerteventura, sobre todo en el pueblo de Corralejo, construido sobre dunas de arena. En muchas ocasiones, por las mañanas, había que saltar hacia fuera por las ventanas de las casas y tablonear[11] la puerta porque si no, al abrir, se metía la arena dentro.

            Los pescadores que faenaban en sus barquillos, en esos litorales, en aquellos años que no había relojes en el pueblo y mucho menos despertadores, se guiaban por el sol y las estrellas. Guiados por el lucero, eran muy madrugadores en sus salidas para la mar. Luego regresaban por la tarde temprano para que le dieran tiempo de las escenas antes mencionadas. Al terminar toda la labor con lo pescado, llegaba la hora de la cena que se hacía aprovechando la luz solar. se sentían los silbidos o llamadas a los chiquillos que se quedaban en la playa o en la esquina de arriba o en la de abajo, porque eso sí, a la hora de comer, tenían que estar todos y era el padre el que tenía que empezar, pues era mal educado el que metía la cuchara para empezar antes que su padre.

            El poco tiempo que había se mataba en los hogares, jugando a las cartas y lo apostado eran almendra o algo parecido. Era, sencillamente, por entretener. No había luz eléctrica; no había ruidos de motores de ninguna clase. El primer vehículo que se compró en Corralejo, a principio de los años 50, fue la guagua de Carballo que la compraron entre don Francisco Carballo y don Félix Estévez. Era una camioneta con cabina y unos cuatros asientos al lado y detrás del conductor y, luego, carrocería para paquetes y mercancías. Más de una vez se tenía que hacer el trayecto a Puerto del Rosario colgado de las barandillas. El coche, por supuesto, se compró ya muy usado, pero ese fue el primero. Después llegaron los taxis. Don Vicente Estévez tenía uno y el sistema para usarlo era juntarnos para los que teníamos que viajar, pagar entre todos, y eso lo organizaba él mismo don Vicente Estévez. Si algún grupo de jóvenes lo contrataba pata desplazarse a otros pueblos, a bailes o fiestas de noche, pues sobre todo el regreso había que venir cantando para que él no se durmiera y se saliera de la carretera como le ocurrió más de una vez. Él pedía: «¡Muchachos, canten porque si no me duermo!» Como además tenía una tienda, por la noche despachaba alguna copa. Recuerdo estar sentados sobre los sacos de millo de la tienda echando algún pizco de ron y pulpos secos de tapa, y aquellas pausadas conversaciones con Antonia y Vicente en el mostrador, y Félix Benítez, Lázaro Estévez, Blas Fránquiz, Gumersindo Santana y tantos que sería interminable la lista, hablando sobre los temas de actualidad de aquella época, que eran bien pocos. Los principales eran las faenas de la pesca y el preparado de los artes para zarpar para la costa de África. Aquí no llegaba el periódico y, cuando empezaron a llegar las radios de pilas, todo el mundo las usaba para la Onda de la Radio Costera, para enterarse de los barcos. Esto sucede, ya en los años 60 del pasado siglo con toda esa flotilla de La Dolores, Lolita, Atuey, etc., que muy bien refleja Tinín[12] en esa canción muy lograda que canta el día de la fiesta en la misa y que refleja ese Corralejo del ayer, tan cercano a la gente de la mar.  Habíamos conseguido un mejor nivel de vida sin salirnos de nuestras costumbres y nuestras idiosincrasia, hasta que llegó el turismo. Había trabajo para todos los pescadores pues, en la misma isla, había que ir muchas veces hasta Jandía a buscar tripulantes para nuestros veleros, incluso a Lanzarote. Luego, empezó la problemática de las licencias de pesca, los apresamientos de nuestros barcos por patrullera marroquíes. A partir del conflicto político con la entrega del Sahara, nos fueron reduciendo nuestra área de pesca y los programas de nuestros gobernantes se dirigían a la desaparición de nuestros barcos, como al fin sucedió con los últimos que se resistieron con las indemnizaciones para desguace y hundimiento de los barcos.

            Al llegar el turismo, llegan también los especuladores y, las autoridades, en vez de apoyar, advertir a los vecinos de los problemas que se avecinaban, pues se dedicaron a lo suyo, a lo más rentable para sus bolsillos y a ponerse de parte de la especulación. Aprovechándose de nuestra ignorancia nos están, hoy, atropellando.

            Cuando vivir aquí era un suplicio, mirando al cielo siempre, deseando la bendita lluvia para mejorar la subsistencia, las grandes extensiones de terrenos para el ganado no valían nada. Hasta la incultura de los pueblos canarios llegaba a tratar al majorero con desprecio. Era casi una afrenta ser majorero por ser pobre. Teníamos que  desplazarnos a Gran Canaria y Tenerife o al Aiún, donde hiciera falta para ganar el sustento. Hoy, en la isla, somos una especie en peligro de extinción. Todavía hoy, lamentablemente, hay gente que no ha despertado y anda metida en la mezquindad de unas monedas, no hay conciencia ciudadana para defender a su propio pueblo, pero así es la historia, y así seguiremos en la lucha para defender al pueblo y a la tierra que nos vio nacer. 

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             Texto de Rafael Franquis Morera, nacido en Majanicho, en 1935. En su infancia se traslada a Gran Canaria pero, al estar embarcado, desde los 15 años de edad, tiene continuas relaciones con el pueblo de Corralejo. Estudia Mecánica Naval Mayor ejerciendo su profesión hasta los hasta los 35 años. En los años 70 se traslada a trabajar como jefe de taller de la central eléctrica del aeropuerto de Gran Canaria en el que ingresa como funcionario de mantenimiento del Cuerpo de Técnicos Aeronáuticos. 

            En la actualidad está retirado y vive en Las Palmas de Gran Canaria. 

 

            Recopilador del texto: Miguel Socorro

            Revisión: Marcos Hormiga

[1] Esta fundamentación no estaría en discordia con la historia de la isla: a partir de 1766, el quinto coronel fue don Agustín de Cabrera Bethencourt Dumpiérrez casado con su prima doña Magdalena de Cabrera y Cabrera. A partir del año1829 fue don Francisco de Asís Lorenzo Manrique de Lara y del Castillo Olivares el sexto coronel, al casarse con doña Sebastiana de Cabrera Bethencourt Dumpiérrez, la única heredera del coronelato. 

[2] Se trata de la vivienda ubicada al lado del muellito. En su tiempo fue dependencias administrativas del ayuntamiento de La Oliva y también fue sede de la policía municipal. Al parecer, la casa también fue conocida como La Casa de la Condesa.

[3] Obsérvese que, desde el periodo cercano al de la post-conquista, la población en todas las islas es de origen portugués. En Corralejo lo corroboran apellidos frecuentes como: Morera, Figueroa, Carballo o Estévez. También son comunes en Corralejo apellidos como Hierro, Santana, de León, Hernández, Calero, Umpiérrez, Martín, Perdomo, González, Trujillo…

[4] Vid: MORERA PÉREZ, M.,  La Tradición del camello en Canarias, Anuario de estudios atlánticos nº 37, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1991, p. 167-204.

[5] En Fuerteventura se usaba la expresión «Estar como un camello en el tiempo del verde».

[6] Manuel Navarro Morales, afamado cantador y parrandero procedente de La Asomada, Puerto del Rosario, quien murió el 31 de diciembre de 2008, mes y medio antes de cumplir 90 años.

[7] Antonio Pildain Zapidain, guipuzcoano que nació en 1890 y murió en Las Palmas de Gran Canaria en 1973.  A partir de 1936, ejerció de obispo de la Diócesis de Canarias durante treinta años.

[8] Domingo González Arroyo (1937, Arrecife de Lanzarote), ejerció 24 años como alcalde de La Oliva.

[9] En abril de 2015, se dio por acabado el proceso de recuperación de las tres moliendas que funcionaron en Corralejo. El último en restaurarse fue el molino de Domingo Estévez. Con anterioridad se habían restaurado las molinas de Manolo Hierro y la de de Juan Morera, también conocida como del Carmen.

[10] Al informante de este artículo, don Rafael Franquis Morera se debe la siguiente redondilla: «La que escudriña la vista / algo gordita y culona / más parece una teutona / que vino aquí de turista.»

[11] En el diccionario digital de la Academia Canaria de la Lengua podemos leer: «Fv.  Retirar con una atabladera el jable que se ha acumulado delante de las casas o en las calles.»

[12] Agustín Martínez García (1951; Puerto del Rosario). El tema de referencia, compuesto en 1978, recibe el nombre de El Pescador. En el tema aparecen otros nombres de embarcaciones: Bristol, Rosita, Moscardón, Higinia, Pedro Manuel, Taoro, Ascensión del Señor, África, Quintana, Victorino José, Lobo Marino, Las Palomas, Blanca Nieves, Los Milagros, Mariposa, Alberto, Isleño, Basilisa y Lolita.